Actividad 1. Sesión 5. Unidad 2 (Selección y recopilación de información)
La economía ecológica se erige como una disciplina que reúne conocimientos de la ecología, economía, termodinámica y ética, entre otras, con la finalidad de proponer un nuevo paradigma relacional entre los sistemas económico y el ecológico (Costanza et al., 2016; Daly, 2014).
Se puede decir que su objetivo es analizar y explicar el impacto
de las actividades humanas sobre el medio ambiente, desde un sistema económico
que incorpora en sus extremos los procesos de extracción de recursos naturales
y excreción de desechos; esto, dentro de un sistema mayor y abierto,
representado por el ecosistema y en interrelación con los ciclos biogeoquímicos
(Daly,
2014). De esta manera, el medio ambiente ocupa un lugar protagónico
en esta disciplina, en la medida que se le considera como un sistema finito, en
estrecha interrelación con la economía (Hartley,
2008; Rosas,
Santiago, & Juárez, 2014).
Los esfuerzos por transformar el paradigma medio ambiental parten
con iniciativas propuestas en la década del 70 del siglo pasado. No obstante,
en Latinoamérica la preocupación por el cuidado del medio ambiente ha debido
coexistir con las metas estructurales de lograr un mayor desarrollo económico y
la mitigación de graves problemáticas sociales ligadas a la salud,
empleabilidad, educación y pobreza bajo el modelo de crecimiento económico
capitalista (Estenssoro,
2015). De esta manera, el desarrollo sustentable para esta región
sigue siendo un tremendo desafío (Vergara,
Morelos, & Lora, 2014). Se puede observar que, por una parte, ha
surgido una mayor sensibilización en las personas por los problemas medio
ambientales expresada, por ejemplo, en movimientos ecologistas y publicaciones
que critican el negativo impacto ecológico del modelo de desarrollo económico
imperante, advirtiendo del daño ambiental (Dasgupta,
2008; Miranda,
2013). Por otro lado, hay una voz de alerta del aumento de los
efectos no deseados del crecimiento productivo o translimitación de los
recursos medio ambientales con su consecuente incremento del daño ecológico
(E. García,
2006), englobado bajo el discurso de la sustentabilidad (Foladori,
1999).
Desde el plano subjetivo, para Muñoz
(2014), el problema anterior se explica por el acento que se ha
puesto en centrar este proceso de cambio en el aprendizaje de conocimiento
formal acerca del medio ambiente, más que en lo valórico y subjetivo. Desde
esto, algunos autores han puesto énfasis en la necesidad de reconstruir la
manera en que concebimos al ser humano y el medio ambiente: una ontología que
lo entienda como biocéntrico y ecocéntrico, con un nuevo sistema de valores,
que apunte al establecimiento de una relación de consumo más respetuosa,
cuidadosa y responsable con el medio ambiente (Ensabella,
2016; Marková,
2013).
Leff
y Elizalde (2010) consideran la necesidad de desentrañar la
construcción epistemológica de la persona -su subjetividad- ligada a la
construcción del mundo moderno, proceso necesario para la instalación de una
racionalidad ambiental, la construcción de una identidad colectiva o cultural
(Leff, 2010) en vez de una individual. Esta racionalidad “articula lo
técnico-instrumental con lo sustantivo, integrando pensamiento, valores y
acciones abiertas hacia la reapropiación social de la naturaleza” (Leff, 2004,
p. 339). Por lo tanto, esta reapropiación no sólo se restringe al campo
objetivo de uso y distribución equitativa de los bienes naturales, sino por
sobre todo en los distintos valores de significación y sentido que se ponen en
disputa desde lo subjetivo.
Desde el plano cultural, parece ser que patrones como la
veneración a la innovación tecnológica, la obsesión por la expansión económica
y el consumo desenfrenado en el mercado, configuran formas de subjetivar al
mundo, acopladas a una racionalidad instrumental económica (Elizalde,
2012), en donde la naturaleza es vista como un recurso de
explotación. Lo anterior, por un ‘homo economicus’ que para Krugman
y Wells (2006) es un ser racional que interpreta escasez de recursos
y aprovecha las oportunidades para mejorar.
Elizalde
(2012) identifica las siguientes falacias que están a la base de la
desprotección y explotación ambiental y coexisten en un imaginario -
subjetividad - colectivo: (a) la separatividad, como aquella creencia que nos
hace pensar que somos seres individuales, separados del medio en que actuamos;
(b) la desingularización, como cultura occidental que no ha respetado la
singularidad de otras culturas; (c) la exterioridad, como interpretación de que
la vida queda representada en el consumo, en la propiedad de lo que está más
allá de uno mismo, en vez de encontrarla en sí mismo; (d) la uniformización y
la aceleración del tiempo, en donde se concibe esta dimensión como única para
todas las culturas, acelerado y vertiginoso, por lo que la innovación siempre
es buena, obligando a desechar lo ya construido y, consecuentemente, a explotar
los recursos del medio.
Para Leff
(2003), la manera en que las personas comprenden e interpretan el
medio ambiente, ha redundado en la crisis ambiental que actualmente nos afecta,
en la medida que se le considera como una fuente de mercancías, donde la
persona asume el papel de dominador de este sistema. De ahí que uno de los
desafíos de la economía ecológica es el estudio de las dimensiones humanas del
cambio ecológico, en donde la subjetividad que la persona tiene del medio
ambiente ocupa un lugar muy necesario en este nuevo paradigma (Van
Den Bergh, 2000). En una misma línea, Caloca
(2011) refiere cómo, para la protección del medio ambiente, se hace
necesario un cambio en la subjetividad de las personas, es decir en su
pensamiento ecológico, transformando las creencias de consumismo por unas de
tipo ecológicas, que orienten hacia un consumo responsable y que considere una
mirada holista del medio ambiente.
Precisamente una forma de comprender cómo el ser humano concibe al
medio ambiente, es por medio del estudio del conocimiento subjetivo o de la
vida cotidiana, respecto del mismo, susceptible de abordar con metodología
cualitativa de investigación. Del
Cairo, Montenegro y Vélez (2014) señalan la urgencia de desentrañar
las formas de interpretar la naturaleza que tienen los diseñadores y
beneficiarios de políticas medio ambientales, dada la necesidad de lograr
puntos de encuentro sobre la protección medio ambiental. Más específicamente, Miranda
(2013) destaca la importancia de considerar los valores y creencias
medio ambientales, dado que se ha encontrado que afectan de manera
significativa el comportamiento ambiental (Milbrath,
1990; Moyano,
Cornejo, & Gallardo, 2011), actuando a la base del comportamiento
proambiental (Bolzan,
2008) o anti ecológico (Pato,
& Tamayo, 2006).
Refiere Isidro
(2013) que desde los años setenta y ochenta ya se podía apreciar el
rotundo fracaso del capitalismo neoliberal en países desarrollados y
subdesarrollados en los que, a pesar de mantener altas tasas de crecimiento
material, acrecentaba las brechas de desigualdad social y los índices de
pobreza.
Se le critica al modelo económico neoclásico que, cualquiera sea
la naturaleza de los bienes o servicios que se producen, están siempre
destinados al mercado y que su foco está siempre situado en la ganancia y en la
competencia (Gouverneur,
2005). Para la economía ecológica, este modelo se sostiene en la
acumulación, la explotación y en el consumo de los recursos naturales, sin
reconocer ni respetar la finitud de estos (Daly,
2014; Dasgupta,
2008).
De esta manera, el daño ambiental ha impulsado a algunos
economistas a poner atención no sólo en la dimensión monetaria de los procesos
de producción, sino también en las consecuencias socio ambientales, muchas
veces irreversibles de estos (Naredo,
2015). Un sector de la economía actual realiza reflexiones, análisis
y postulados que van en dirección opuesta a la economía neoclásica imperante.
Así, según lo expuesto por Hartley
(2008), se configuran dos respuestas o perspectivas dentro de la
economía: una neoclásica, la cual expande su dimensión conceptual comprendiendo
el medio ambiente como un nuevo objeto de estudio, dando origen a la llamada
Economía Ambiental; y la segunda respuesta, la que apunta a una reelaboración
conceptual de la economía, asumiendo que el estudio del medio ambiente no puede
ser abordado como una mera extensión de la economía convencional, sino que
desde una perspectiva transdisciplinar y donde se hace necesario enfatizar en
la relación entre la producción social y la transformación de los sistemas
ecológicos.
La Economía Ecológica, como una concepción alternativa, o al menos
como una mirada crítica al modelo económico capitalista, asume que el
desarrollo de la actividad económica no puede existir sin una conexión con la
dimensión biofísica que la sostiene (Costanza
et al., 2016; Daly,
2014), buscando desarrollar un análisis integral de los problemas
ambientales y sociales que emergen relacionados a los procesos productivos que
se despliegan en la actualidad (García,
2006). Se da entonces aquí un reconocimiento de que el crecimiento
económico debe estar siempre supeditado a los límites ecológicos definidos por
la naturaleza, enfatizando en la necesidad de asegurar la sustentabilidad del
planeta (Daly, 2014). De esta forma, la Economía Ecológica promueve y busca la
trasformación de los sistemas de producción, distribución y consumo,
considerando la finitud de los recursos que son explotados y la urgencia de dar
un giro en la relación economía-medio ambiente.
La Economía Ecológica no se satisface con la mera disminución o
reducción de emisiones bajo la responsabilidad jurídica, sino que establece la
necesidad de configurar procesos que sean del todo amigables con el medio
ambiente, generando e instaurando estructuras que, en esta misma línea,
garanticen además la justicia social (E. García,
2006) o en palabras de Daly
(2014) de redistribución de los recursos. Según expresa Naredo
(2015), en la Economía Ecológica se propone un enfoque ecointegrador,
el cual perturbaría el método, el instrumental e incluso la concepción
epistémica propia de la economía tradicional, instándola u obligándola hacia la
transdisciplinariedad, desmarcándose de los razonamientos y análisis que se han
centrado en la relación entre los costos, precios y beneficios monetarios.
Desde esta nueva mirada en la economía, el ecosistema tiene
necesariamente un estatus distinto, reconociéndolo como sustentador de toda
actividad económica que se pueda desarrollar, enfatizando además sobre las
consecuencias que esta provoca (Costanza
et al., 2016; Daly,
2014).
Todo lo anterior nos lleva a definir la subjetividad medio
ambiental como el sistema de creencias y valores personales (no “objetivos”)
que orientan su relación, rol y acciones referentes al medio ambiente. Esta
subjetividad es construida socialmente como parte del conocimiento cotidiano,
es influida por: la familia; el sistema educacional; los discursos
institucionales; el género; la religión; la clase social (Doshi,
2013) y otras fuentes socioculturales. Esta subjetividad ambiental
puede, por ejemplo, sustentar o no la auto identificación de las personas como
ciudadanos preocupados por el medio ambiente e influiría en la posibilidad de
tomar la responsabilidad de los actos individuales en relación al medio
ambiente (Leffers,
& Ballamingie, 2013).
En este escenario, la economía ecológica propone un nuevo
paradigma económico, en donde el cuidado y protección del medio ambiente ocupa
un lugar protagónico y la dimensión subjetiva de la persona parece ser clave a
la hora de comprender el comportamiento ecológico y económico. Esto, porque la
visión de ‘homus economicus’ racional de la economía neoliberal, ha contribuido
a las crisis económicas y el daño medio ambiental, al promulgar una visión
simple de ser humano y un modelo económico que se aleja de la realidad, de las
necesidades e intereses de la mayoría de la población y que excluye los
"... saberes que no estén permeados por el discurso del paradigma moderno
encabezado por la economía convencional (discursos feministas, indígenas,
intersubjetivos, subjetivos, ancestrales, meta relatos, irracionales,
etc.)" (Gómez,
2014, p. 84).
En Latinoamérica esta tarea parece ser un desafío mayor (Vergara
et al., 2014), por lo que el objetivo de este trabajo es realizar una
revisión teórica de los estudios cualitativos Latinoamericanos, acerca del conocimiento
subjetivo que las personas tienen del medio ambiente. Esto, desde la tesis de
que un primer escalón para el desarrollo de un comportamiento económico
ecológico, es la construcción de un conocimiento subjetivo individual y
colectivo pro-ambiental, frente a lo cual se hace necesario describir los
principales hallazgos de estos estudios. Desde esta revisión, también
proponemos sugerencias que podrían orientar la investigación psicosocial sobre
la economía ecológica.
La concienciación y disposición
al cuidado de medio ambiente
El estilo de vida irracional y la inconsciencia de la unidad del
ecosistema o interdependencia ecológica y económica es frecuentemente señalado
como uno de los rasgos globales de la crisis social y ambiental (Martínez,
2010; Navarro,
& Ramírez, 2006). Para Sarmiento
(2013), la tarea de la educación ambiental es precisamente contribuir
en la formación de ciudadanos conscientes del carácter global de las acciones
individuales y colectivas, con sensibilización ecológica. Alea
(2006) señala que la conciencia ambiental implica un sistema de
vivencias, conocimientos y experiencias que regulan la interacción con el medio
ambiente y según la teoría del cambio subjetivo (Castro,
Krause, & Frisancho, 2015; Cuadra y Castro, 2017; Krause, 2011)
la concienciación sobre el propio pensamiento y comportamiento constituyen un
primer requisito para la transformación de la manera en que se representa
subjetivamente un fenómeno. (Martínez, David Cuadra; Véliz
Vergara, Douglas; Sandoval Díaz, José; Castro, Pablo J;, 2017)
En la última década
varias epidemias han causado dramáticas reducciones de poblaciones de especies
silvestres en varias regiones de nuestro planeta como, por ejemplo, distemper
en focas, parvovirus en leones, micosis en anfibios, tuberculosis en
mustélidos, repentinas muertes de mamíferos, aves y tortugas marinas o
terrestres (Daszak y Cunningham 2002). El aumento en la actividad humana, como
resultado del incremento de la población y su distribución hacia regiones antes
desocupadas con cambios importantes en el uso de las tierras, ha aumentado el
contacto entre personas, animales domésticos y silvestres, acrecentando el
riesgo de transmisión de enfermedades ya conocidas y el surgimiento de nuevas
(eg. ébola, ántrax, influenza aviar, HIV y SARS) (Harvell y col 1999, Daszak y
Cunningham 2002). Esta situación ha incrementado en las últimas décadas el
riesgo de extinción de especies con problemas de conservación (Haydon y col
2002). Las enfermedades infecciosas emergentes son todas aquellas enfermedades
causadas por nuevos patógenos, o patógenos que recientemente han aumentado su
incidencia, distribución geográfica, incorporando huéspedes nuevos o
recientemente descubiertos (Daszak y col 2000). Esta amplia definición incluye
una variedad de enfermedades humanas, pandemias como el sida y patógenos que
han desarrollado resistencia a las drogas (eg. tuberculosis, Staphylococcus
aureus, malaria), y que han irrumpido con epidemias locales (eg. ébola,
hanta) o aquellos con escaso tratamiento o dificultad de ser prevenidos (eg.
enfermedades de Hendra y Nipah) (Daszak y col 2001). Entre las enfermedades
emergentes en especies silvestres se pueden identificar tres tipos: i) aquellas
que se presentan debido a que la susceptibilidad del huésped se ha visto
incrementada; ii) aquellas que debido a cambios ambientales, que favorecen al
patógeno, se han tornado más virulentas; y iii) aquellas en que los patógenos
recientemente han invadido nuevos huéspedes, con el sistema inmune debilitado,
debido a situaciones ambientales adversas (Heide-Jorgensen y col 1992, Dobson y
Foufopoulos 2001). La alta diversidad de potenciales huéspedes o reservorios para
patógenos que existe en especies silvestres hace el estudio de la ecología de
las enfermedades que afectan a estos animales particularmente difícil. Las
enfermedades infecciosas en especies silvestres existen al interior de un
paisaje identificado por factores climáticos, geográficos y ecológicos
específicos. Es decir, poseen nidalidad, lo cual es la habilidad de mantener un
foco dinámico y permanente de circulación del patógeno al interior de una
comunidad y área geográfica determinada (Cabello y Cabello 2008). Por lo tanto,
cualquier factor que tenga la capacidad de alterar la ecología del ecosistema
que contenga el o los reservorios silvestres de la enfermedad tiene el
potencial de alterar la nidalidad, modificando de esta manera su epidemiología
(Tabor 2002). Por ejemplo, de 31 enfermedades estudiadas en especies silvestres
y el hombre, 17 fueron facilitadas por actividades humanas. De éstas, la
degradación del hábitat fue la principal causa en la aparición de las
enfermedades (Dobson y Foufopoulos 2001).
Actualmente la
realidad de los peligros para la conservación de la biodiversidad y el medio
ambiente natural está convocando la integración de las disciplinas médicas y de
historia natural, específicamente ecología y genética. Esta
interdisciplinariedad se plantea dentro del nuevo campo llamado "Medicina
de la Conservación", el cual se conforma por la combinación de varias
disciplinas anteriormente separadas por tiempo y tradición (Tabor 2002). Por
ejemplo, los problemas de conservación que enfrentan vertebrados acuáticos, al
interior de una cuenca, son esencialmente multifactoriales, variando según la
especie, la comunidad, el hábitat y la actividad humana a lo largo de una misma
cuenca (Schwartz y col 2005). Entonces la Medicina de la Conservación plantea
un enfoque integrando: a) cambios ambientales originados por el hombre; b)
patógenos, parásitos y contaminantes; c) ecología y biodiversidad de especies
silvestres, comunidades y el paisaje; y d) salud humana (Ostfeld y col 2002),
es decir un enfoque transdisciplinario. Con el objetivo de ejemplificar la
problemática de las enfermedades infecciosas en la conservación de especies
silvestres, en esta revisión se discuten y documentan las variables
ecológico-ambientales que están favoreciendo la emergencia de enfermedades
infecciosas en especies silvestres, tales como el hábitat, contaminación, la
introducción de especies alóctonas o exóticas y el cambio climático.
EL
HÁBITAT
Los hábitats, sean
éstos lagunas, lagos, ríos, pantanos, islas, praderas, suelos rocosos o
bosques, se distribuyen u ordenan conformando un paisaje al interior de un área
geográfica determinada. Dentro de este paisaje están también los hábitats
intervenidos con elementos como praderas agrícolas, plantaciones forestales,
villas, pueblos o ciudades, caminos, autopistas o trazados de ferrocarriles,
conformando así lo que se llama una matriz, es decir, una estructura comparable
con un tablero de ajedrez en donde cada cuadro es algún tipo de hábitat y la
tabla el paisaje. Las poblaciones de organismos vivos se distribuyen en el
paisaje dependiendo de la distribución de sus hábitats dentro de la matriz,
ocupando los hábitats e interactuando con otros organismos en lo que se llama
una comunidad. La biodiversidad de estas comunidades varía en el tiempo, entre
otras cosas debido a modificaciones del hábitat tanto en su cantidad como
calidad. En un paisaje determinado el hábitat puede estar fragmentado y estos
fragmentos comunicados entre sí. Las poblaciones de una especie entonces se
pueden distribuir en estos fragmentos en una estructura de metapoblación. Es
decir, subpoblaciones, ocupando cada fragmento con distintos grados de
aislamiento como resultado de la fragmentación, persistiendo un diferente grado
de comunicación entre fragmentos, posibilitando de esta manera la
migración de individuos entre los fragmentos (Fahrig 2003). Así en el caso que
una de estas subpoblaciones se extinga, este fragmento tiene la posibilidad de
ser recolonizado por individuos de otra subpoblación de manera que la metapoblación
persiste en el tiempo. El proceso de fragmentación del hábitat en el tiempo
posee tres componentes: i) reducción del tamaño de los fragmentos; ii) aumento
de la distancia entre los fragmentos, y iii) aumento del efecto borde en los
fragmentos. El aumento del efecto borde significa que la comunidad del
fragmento es más susceptible a los efectos de la matriz circundante. Como
resultado puede haber un cambio significativo en la estructura de la comunidad
del fragmento (Pullin 2002).
La enfermedad de Lyme
(Borrelia burgdorferi) en personas es transmitida en Centro y
Norteamérica por una garrapata (Ixodes scapularis), siendo la
prevalencia de las infectadas inversamente correlacionada con el área del
fragmento. En fragmentos más pequeños la densidad del roedor huésped primario (Peromyscus
leucopus), causante principal del contagio de la enfermedad en las
personas, es mayor como resultado de la reducción de las poblaciones de
competidores y depredadores (Nupp y Swihart 1998, Allan y col 2003). En este
caso en la medida que los fragmentos de hábitat son mayores, la diversidad de
la comunidad aumenta. Así en fragmentos de mayor tamaño que contienen una mayor
diversidad de hábitat el incremento en la diversidad de especies huésped
secundarias (menos importantes del contagio de la enfermedad en las personas)
disminuye la posibilidad de infección de las garrapatas por el roedor huésped
(efecto de dilución) y así el contagio de las personas (Ostfeld y Keesing
2000). Igualmente la prevalencia de parásitos gastrointestinales patógenos en
el colobo rojo de Camerún (Pilicolobus tephrosceles) en Uganda se asocia
con el grado de fragmentación y degradación del hábitat. Los individuos
habitantes de aquellas áreas más degradadas presentaron un mayor riesgo de
infección a nemátodos, aumentando la proporción de ejemplares con infecciones
múltiples hacia los bordes de los fragmentos remanentes de hábitat. En
Norteamérica la estructura del paisaje (fragmentación y conectividad) influye
de manera importante en la distribución del virus hanta en su principal
huésped, el roedor silvestre (Penomysens moniculatus); el roedor aumenta
su dispersión entre fragmentos al acrecentarse la fragmentación, aumentando así
la transmisión del virus (Langlois y col 2001). Estas observaciones sugieren
que los patrones de infección registrados se relacionan con el mayor efecto
antropogénico al ampliarse la fragmentación y variar la permeabilidad de la
matriz (Gillespie y Chapman 2006). De manera más violenta, la eliminación
repentina de un hábitat puede provocar la emigración de especies desde esa área
y así de los patógenos asociados a éstas. La eliminación de los bosques debido
a la construcción del aeropuerto internacional de Kuala Lumpur (Malasia)
provocó la emigración de los murciélagos de la fruta a los árboles cercanos en
centros agrícolas. Estos murciélagos reservorios naturales de paramixovirus
tomaron contacto con cerdos domésticos, transmitiendo el virus y provocando la
grave encefalitis conocida como enfermedad de Nipah (Weiss 2001). Estos antecedentes
demuestran que la dinámica huésped-patógeno entre especies silvestres o entre
especies silvestres y humanos puede ser gravemente afectada como resultado de
la alteración, fragmentación o eliminación del hábitat. Por ejemplo, si un
fragmento de hábitat que contiene una subpoblación de especie silvestre
reservorio de un patógeno es conectado con otro fragmento con subpoblaciones de
especies silvestres susceptibles al patógeno, mediante la implementación de
corredores biológicos entre los fragmentos de hábitat como medidas de manejo
para la conservación, esta medida originalmente creada para mejorar la
situación de conservación puede terminar con la extinción de la subpoblación
susceptible al patógeno (figura 1) (McCallum y Dobson
2002). Contrario a esta situación, cuando el huésped vector es de distribución
amplia sobre el paisaje estudiado, el efecto sobre las poblaciones fragmentadas
por comunicación de estas mediante corredores o translocación será mínimo
(Cleaveland y col 2002). Al confrontar la teoría de metapoblaciones con la
dinámica de los patógenos en un paisaje fragmentado, se puede apreciar que
existe una correlación entre los términos de la teoría y la dinámica: a)
fragmento de hábitat corresponde a una subpoblación de huéspedes; b)
fragmentos desocupados: huéspedes susceptibles; c) fragmentos ocupados:
huéspedes infectados; d) colonización: infección; e) extinción: muerte y f)
migración: transmisión (Hess y col 2002). Variaciones inusuales de las
densidades poblacionales también pueden afectar la ecología de los patógenos al
aumentar el contacto entre individuos o aumentar el intercambio de individuos
entre poblaciones antes separadas. Entre los años 1990 y 1992 un morbillivirus
(Paramyxoviridae) eliminó miles de delfines (Stenella coeruleoalba)
adultos en el Mar Mediterráneo. Al ser sólo adultos los que presentaron
anticuerpos sugiere que la enfermedad no era endémica y que los delfines
estaban perdiendo su inmunidad, por lo que existía un riesgo de nuevas
epizootias. La información fue corroborada por estudios poblacionales en la
región, los cuales mostraron densidades de delfines inusualmente altas. La
enfermedad volvió a presentarse en el año 2007 (Raga y col 2008). Morbillivirus
han sido descritos también en otros delfines (Tursiops truncatus) en el
Atlántico y Golfo de México y en focas (Phoca vitulina) en el norte de
Europa (Hall y col 1992, Duignan y col 1996). Otros virus de las familias
Poxiviridae, Papoviridae, Herpesviridae, Orthomyxoviridae, Rhabdoviridae y
Caliciviridae se han diagnosticado en cetáceos, mencionándose como elementos
favorecedores de las infecciones la actividad pesquera, la pérdida de hábitat y
la contaminación, pudiendo estos virus afectar sólo a un individuo o a la
población completa (Van Bressem y col 1999).
LA
CONTAMINACIÓN
Un importante
elemento en la degradación del hábitat es la contaminación, ya que ésta puede
facilitar la aparición de enfermedades en organismos marinos o terrestres. Es
decir, una combinación de vulnerabilidad especie específica y la posibilidad de
exposición al químico o tóxico por contacto directo o envenenamiento
secundario. Por ejemplo, los químicos más comúnmente encontrados en especies
silvestres terrestres son los herbicidas, los inhibidores de la colinesterasa y
los rodenticidas anticoagulantes (Berny 2007). La utilización de pesticidas ha
aumentado dramáticamente en los últimos 50 años para mejorar la producción
agrícola; sólo en Europa se tienen inventariadas 100.000 sustancias químicas
(European Inventory of New and Existing Chemical Substances, EINECS). El uso
masivo de herbicidas (organofosforados, carbamatos) en el delta del Ebro (NE de
España) es considerada la principal causa de la pérdida de la vegetación
macrofítica en los 80 repercutiendo de esta manera en la desaparición de muchas
especies de aves acuáticas (Mañosa y col 2001). Incluso la acumulación de
municiones de plomo es asociada a la mortalidad de alrededor de 13.600 aves en
el delta del Ebro (Mañosa y col 2001). El dramático caso de la casi extinción
del cóndor de California (Gymnogyps californiatus) por contaminación por
municiones de plomo ha provocado que hasta hoy en día sea muy difícil su
reintroducción en los estados de Arizona y California (Cade 2007). En India la
población del buitre bengalí (Gyps bengalensis) y el buitre picofino (Gyps
indicus) disminuyó en más de un 95% desde 1990. La disminución fue
inicialmente asociada a problemas renales e intestinales; sin embargo,
investigaciones posteriores demostraron que esta catastrófica mortandad se
debió a una contaminación de las aves por diclofenaco, un antiinflamatorio
provocante del malfuncionamiento renal (Oaks y col 2004). Los efectos
deletéreos de contaminantes sobre las células y los aspectos humorales del
sistema inmune de mamíferos y peces son reconocidos (Arkoosh y Kaattari 1987,
Rice y Weeks 1989, Dean y col 1990). Los organoclorados, por ejemplo, poseen
propiedades tóxicas para el sistema inmune afectando la respuesta de las
células T, contribuyendo a que el huésped se enferme o convierta en
reservorio (Harvell y col 1999). En otro sentido, muchos contaminantes
ambientales como metales pesados y radiaciones son reconocidos tóxicos a nivel
cromosómico (Tapio y col 2006). Aves (Parus major y Ficedula
hypoleuca) que han estado expuestas a metales pesados como arsénico o radiactividad
han mostrado una mayor diversidad nucleotídica sugiriendo una mayor tasa de
mutación en ambientes contaminados (Tapio y col 2006). Sin embargo, la
ocurrencia de epidemias asociadas a contaminación en especies silvestres es una
materia de riesgo y ha sido difícil de probar (Heide-Jorgensen y col 1992). Se
ha sugerido que la contaminación por bifenilos policlorados (BPCs-PCBs)
facilitó la epidemia del distemper en focas del Atlántico Norte en 1988/1989 al
aumentar la susceptibilidad de la foca común (Phoca vitulina) (Hall y
col 1992, Heide-Jorgensen y col 1992). En este caso se habría presentado una
situación de contagio con un nuevo patógeno por una población en situación de
susceptibilidad como resultado de la contaminación y el nuevo contacto con el
principal huésped del patógeno, la foca de Groenlandia (Pagophilus
groenlandicus), la cual habría modificado su distribución ocupando regiones
al sur como resultado de la explotación de los recursos pesqueros del Ártico
(Goodhard 1988). Esta migración y contagio provocó la muerte de cientos de
focas comunes; esta susceptibilidad, al parecer, fue debida a la contaminación
(Heide-Jorgensen y col 1992, Hall y col 2006).
En el caso de
contaminantes asociados a actividades antropogénicas cercanas al litoral marino
y de cursos de agua, estos contaminantes tienden a acumularse en el sedimento
de los estuarios, los cuales actúan como depósitos. La exposición de
vertebrados e invertebrados a estos contaminantes acumulados como hidrocarbonos
clorinados y aromáticos, que son tóxicos inmunosupresores, ha aumentando las
incidencias de enfermedades en peces juveniles (Arkoosh y col 1998). Esta
degradación del hábitat aumenta el riesgo de epizootias por mayor
susceptibilidad de individuos y poblaciones a los patógenos, lo que puede dejar
a los sobrevivientes susceptibles de extinguirse por eventos ambientales y
demográficos estocásticos (figura 2) (Arkoosh y col 1998,
Cleaveland y col 2002, Harvell y col 2002). Por lo tanto, para la determinación
del efecto de la contaminación en el surgimiento de enfermedades los modelos
deben incorporar variables ambientales como temperatura y sobreexplotación de
recursos, pues ambos influyen en la ecología de las especies (Hall y col 2006).
EL CAMBIO CLIMÁTICO
Muchos aspectos del
cambio climático y su efecto en sistemas biológicos son particularmente
importantes. El calentamiento está ocurriendo desproporcionadamente en regiones
de mayores latitudes o altitudes. Como respuesta, ciertas especies de estas
regiones se desplazarán a nuevas latitudes y altitudes favoreciendo el contacto
con nuevos vectores y huéspedes (Levins y col 1994). Muchos vectores de
enfermedades infecciosas están limitados por las temperaturas ambientales, por
ejemplo la malaria aviar introducida en la isla de Hawai se limita a los 1.200
m.s.n.m. Esta distribución de la enfermedad se debe al ambiente más templado
existente bajo esta altitud, la cual favorece a los mosquitos vectores de la
enfermedad. Al igual que otras enfermedades virales, bacterianas o parasitarias
en donde sus vectores poseen limitaciones de temperatura ambiental para su
distribución, un aumento de las temperaturas ambientales puede significar la
desaparición o un aumento de la distribución de éstos (Harvell y col 2002).
Entender la relación
entre las enfermedades y el clima es difícil debido a la naturaleza
multivariada del cambio climático y la escasamente probada relación entre
epizootias y cambio climático, es decir, aún no se ha descrito la relación
absoluta causa-efecto entre clima y enfermedades (Harvell y col 2002). Sin
embargo, además del surgimiento de enfermedades infecciosas en un gran número
de taxones existen otros síntomas biológicos que pueden estar relacionados con
el cambio climático global; éstos incluyen declinación de anfibios,
polinizadores y la proliferación de algas dañinas en ecosistemas marinos
(Epstein 2002). En la península Antártica la temperatura aumentó en más de 2,5°
C el siglo pasado, y nuevos datos demuestran una significativa disminución de
los hielos árticos (Krabill y col 1999). Sin embargo, en esta región se han
presentado varios casos en donde aún se requiere entender si la emergencia de
enfermedades se debe a: i) una mejor condición ambiental (aumento de la
temperatura); ii) una mayor presencia humana; o iii) una combinación de las dos
anteriores. Patógenos como Salmonella spp., Campylobacter
jejuni, Helicobacter spp. han sido descritos en aves y
mamíferos antárticos (Broman y col 2000, Palmgren y col 2000, Oxley y McKay
2005). El cólera aviar (Pasteurella multocida) se ha descrito en skuas (Catharaca
lonnbergu) y pingüinos de penacho amarillo (Eudyptes chrysocome)
(Parmelee 1978, Trivelpiece y col 1981, de Lisle y col 1990). Recientemente la
bacteria del tipo Campylobacter spp. fue aislada de leones
marinos (Phacarctos hookeri) (Gales y Childerhouse 1999). Nemátodos (Stretocora spp., Cyclophyllida spp)
y cestodos (Cyclophyllida spp, Tetrabothrium spp)
fueron aislados de estómagos e intestinos de pingüinos papúas en la isla
Ardley, Shetland del Sur (Fredes y col 2006). Análisis serológicos de muestras
de sangre realizadas en las islas Subantárticas (South Georgia) indicaron que
el virus de la influenza aviar A está presente en pingüinos papúas (Pygoscelis
papua), sin embargo, el virus aún no ha sido aislado en aves de la
Antártica (Wallensten y col 2006). El aumento de la distribución mundial del
cólera aviar es probablemente la causa más importante en la disminución del
albatros de pico fino (Diomedea chloroohynchos) en la isla Amsterdam
(37°S, 70°E), que previamente había sido atribuido a la pesquería. Esta patología
probablemente también ha afectado al albatros oscuro (Phoebetria fusca)
y el albatros de Amsterdam (D. amsterdamensis) (Weimerskirch 2004).
Los cambios climáticos
inducen cambios en el medio ambiente afectando la productividad de los
ecosistemas. En el caso de los ecosistemas marinos estos cambios ambientales se
extienden en escalas temporales y espaciales (Harvell y col 1999). Se ha
reportado un dramático aumento de nuevas patologías antes no descritas en
coincidencia con el incremento de las temperaturas asociadas al aumento de la
intensidad del fenómeno oceánico El Niño (ENSO en sus siglas en inglés). Entre
1938 y 1997, 34 casos de eventos de mortalidad masiva de especies en los mares
fueron documentados: algas (5 spp.), corales (spp), esponja (1 spp.), moluscos
(3 spp.), peces (3 spp.), focas (4 spp.), marsopa (1 spp.) y delfín (1 spp.)
(Harvell y col 1999, Harvell y col 2002, House y col 2002). Otras bacterias
como Cytophaga psychrophila se evidencian en peces por
exposiciones anormales a bajas temperaturas (4° C - 10° C) (Holt y col 1989).
La expansión del parasitismo en ostras (Crassostrea virginica) por Perkinsus
marinus en la costa este de Estados Unidos y el Golfo de México ha
sido asociada a la oscilación del fenómeno El Niño (Powell y col 1996,
Dekshenieks y col 2000). Los arrecifes de coral pierden las algas simbióticas
provocándose extensas mortalidades en los corales y el surgimiento de
infecciones como las causantes por la bacteria Vibrio silio e
infecciones micóticas. Estos cambios ambientales y climáticos pueden causar
estrés fisiológico, comprometer la resistencia inmunológica de los huéspedes y
aumentar la frecuencia de enfermedades infecciosas.
Una compleja situación
es la provocada por las explosiones demográficas de algas, lo que se conoce por
marea roja. Producto de la explosión demográfica de algas en extensas regiones
marinas, cetáceos, pinnípedos, peces, moluscos y seres humanos han sido
afectados por las toxinas de estas algas. Más de 85 tóxicos han sido descritos
en estos dinoflagelados. Al exponer algas experimentalmente a un aumento de 4
°C en el ambiente (aumento de la temperatura de los mares proyectada hacia el
2100) las especies Skeletonema costatum (diatomea) y Rhodomonas sp.
(Crisoficeae) no variaron sus tasas de crecimiento, mientras que dos especies
tóxicas, Phaeocystis globosa(Prymnesiophyta) y Pseudo-nitzschia
multiseries (diatomea) murieron rápidamente en dichas condiciones de
temperatura marina proyectadas para el 2100. Sin embargo, las otras algas
tóxicas estudiadas, los dinoflageladosProrocentrum micans y Prorocentrum
minimum (Dinoficeas) y Fibrocapsa japonica (Raphidophyceae)
junto con Chattonella antiqua (Raphidophyceae) doblaron sus
tasas de crecimiento poblacional (Peperzak 2003). Estos resultados sugieren que
producto del aumento de las temperaturas oceánicas como resultado del cambio
climático en conjunto con la degradación ambiental por contaminación y
sobreexplotación de recursos, aumentará el riesgo de eventos demográficos de
algas tóxicas en los océanos con el consiguiente efecto sobre la biodiversidad
marina, la industria pesquera y la salud humana (Peperzak 2003).
Durante 1980 la
disminución drástica del erizo (Diadema antillarum) en el Caribe contribuyó
al cambio del ecosistema marino desde uno dominado por el equinodermo a otro
dominado por algas. La secuencia de mortalidad de los erizos coincidió con las
corrientes marinas de superficie, sin embargo los casos no asociados sugirieron
la existencia de un patógeno acuático como causa de las mortalidades (Lessios y
col 1984). Aunque ya se llevan décadas en investigaciones sobre los agentes
biológicos que estructuran las comunidades marinas naturales, el impacto
ecológico y evolutivo de las enfermedades infecciosas es en su mayoría poco
conocido y controversial, lo que complica aún más la comprensión del efecto del
cambio climático (Harvell y col 1999). (Medina-Vogel, 2010)
Bibliográfia
Arroyave-Cabrera, A., J., & Miller. De la ecología
de medios a la ecología profunda de medios: esclarecer la metáfora y
visibilizar su impacto medioambiental.
Martínez, David Cuadra;
Véliz Vergara, Douglas; Sandoval Díaz, José; Castro, Pablo J;. (2017). Google
Scholar H5M5 (2017). Psicoperspectivas .
Medina-Vogel, G.
(2010). Ecología de enfermedades infecciosas emergentes y conservación de
especies silvestres. Archivos de medicina veterinaria. SciELO Analytics
, 42(1), 11-24.
Comentarios
Publicar un comentario